miércoles, 27 de abril de 2016

La batalla faraónica de la joven egiptología española

A pesar de los escasos recursos públicos,una nueva generaciónde recién titulados reconstruye el pasado milenario junto al Nilo

Una sucesión de enterramientos jalona el árido corredor hacia la puerta de la tumba QH35p, una de las decenas de oquedades excavadas en la colina de Qubbet el Hawa, en la sureña ciudad egipcia de Asuán. La egiptóloga valenciana Luisa García esla encargada de desentrañar los misterios que aún guardan el hipogeo y sus alrededores.
"La comenzamos a excavar el año pasado, porque nunca había sido estudiada en detalle. Jamás se había reparado en que el pasillo está repleto de enterramientos, algunos saqueados en la antigüedad", relata la joven mientras da instrucciones a la cuadrilla de obreros que se reparte entre las entrañas de la sepultura y su acceso.
"Cuando empezamos, calculamos que en dos semanas habríamos terminado, pero había más tarea de la prevista. En el interior hemos descubierto tres cámaras más, una de ellas con unas dimensiones mayores que la principal", agrega esta doctoranda de 33 años.
García forma parte del equipo de la Universidad de Jaén que, desde hace ocho años, horada la necrópolis donde descansaron los nobles de los reinos Antiguo y Medio (2600-1750 a. C.). La misión -una de la media docena de expediciones españolas que auscultan la tierra de los faraones- se ha convertido en un trampolín para una nueva generación de egiptólogos.
"Tuve claro desde el principio que esta excavación debía ser una oportunidad para los jóvenes que quieren trabajar con material inédito, como se hace en otros países. Y, de hecho, a través de los hallazgos hemos ido perfilando los temas de sus investigaciones", señala a pie de yacimiento Alejandro Jiménez, doctor en Historia Antigua y director del proyecto.
El propósito ha comenzado a dar sus frutos. José Manuel Alba, otro de los integrantes de la misión, acaba de doctorarse con una tesis sobre el universo del olivo en el antiguo Egipto. "Desde pequeño me gustaba la egiptología. Siempre había soñado con participar en una excavación, pero nunca creí que se hiciera realidad", admite este jiennense fascinado por los objetos que han permanecido bajo tierra durante cuatro milenios.«Resulta increíble trabajar con vasos o jarras que se usaron hace tanto tiempo. Llevo siete años viniendo y me sigue impresionando», comenta.

Sarenput II

Alba ha estudiado durante esta campaña la cerámica hallada en el pozo funerario de Sarenput II, que ejerció como gobernador durante los reinados de Sesostris II y III. El objetivo último es que la tumba del mandatario centre el primer volumen del exhaustivo estudio que el equipo publicará sobre el cementerio. "La tumba fue excavada anteriormente por unos arqueólogos alemanes, pero la dejaron a medias", precisa Alba, convertido en un veterano del proyecto.
Río Nilo abajo, a unos 180 kilómetros al norte de Asuán, Kristian Brink ha debutado este año en el proyecto Djehuty, que desde hace 15 campañas excava la ladera de Dra Abu el Naga. "Ha sido fantástico", murmura Brink, licenciado en Historia Antigua por la Universidad Complutense de Madrid. "Nada más llegar se me asignó un trabajo de excavación en la zona sur", detalla este joven.
Brink tuvo que dirigir a un grupo de obreros locales para superar los restos de un establo moderno. Tras dos metros de basura y pajas de corrales y otros tantos de lascas y bloques de caliza, el joven conoció la recompensa. "Como si fuera una regla en la egiptología, el última día de excavación me apareció todo de repente. Hallamos un ataúd blanco con un poco de inscripción y una momia de carnero cuyo significado religioso e histórico puede ser bastante interesante", subraya este apasionado de la egiptología de 24 años que obtuvo recientemente el máster en Arqueología Egipcia en el University College de Londres.

Escasa tradición

Luisa, José Manuel y Kristian son tres de los rostros de la nueva generación de la egiptología española, una disciplina con escasa tradición en nuestro país que se ha desarrollado en las últimas décadas gracias al empuje de un puñado de misiones arqueológicas y a menudo sin respaldo gubernamental.
Aún hoy, abrirse paso en esta especialidad es enrolarse en una carrera de obstáculos. La falta de financiación -clave para dotar de estabilidad a la investigación científica- sigue siendo una de las flaquezas. "Lo normal es que, cuando concluyen las semanas de excavación, la mayoría de los miembros vuelvan a sus trabajos. No se le puede dedicar la jornada completa", lamenta García, investigadora contratada por un proyecto I+D+i financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Un pequeño equipo al que acaba de sumarse Alba.
"Antes trabajaba en una turoperadora. Pedía un mes de excedencia para venirme a la misión. Después, cuando regresaba, dedicaba el tiempo libre a seguir investigando. No poder dedicarte a esto a tiempo completo también implica que las publicaciones se demoren", precisa. "El mayor desafío para un equipo como el nuestro es mantener el vínculo con la gente entre campaña y campaña", denuncia José Manuel Galán, director del proyecto Djehuty.
"El sistema de investigación español no sabe estar a la altura", opina. "La investigación se hace en equipo y tiene que apoyar a los equipos. Se respaldan a veces investigaciones individualistas que están trasnochadas. Nosotros, al menos, tenemos la inmensa suerte de que el patrocinador financia dos contratos en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas durante el resto del año", añade.
La batalla por la egiptología también se libra en las aulas universitarias españolas. "Tenemos una actividad arqueológica muy boyante, presente en Egipto con proyectos magníficos, pero el desarrollo de los estudios no está al mismo nivel", reconoce José Ramón Pérez-Accino, profesor de Historia Antigua y Arqueología de la Complutense y miembro de la misión española en Heracleópolis Magna, en el Medio Egipto.
"Nos encontramos -arguye- con unas estructuras académicas muy antiguas en las que se tiene mucho miedo al desarrollo de la egiptología, porque tiene mucho tirón".
A diferencia de lo que sucede en otros países europeos, la egiptología no cuenta con un grado propio en los centros españoles y, hasta ahora, solo la Universidad Autónoma de Barcelona ofrecía un máster propio enfocado en la lengua, la traducción de textos y los aspectos históricos y culturales de la antigua civilización egipcia.
"En España hay mucha formación autodidacta. Estuve un trimestre en la Universidad de Liverpool y me impresionó la rapidez con la que traducían hiératico [escritura, simplificando los jeroglíficos, con la que los escribas ganaban tiempo]. Desde el primer año reciben formación en jeroglífico, copto, demótico o neoegipcio", recalca García.

Faltan bibliotecas

A juicio de Pérez-Accino, artífice de un curso de experto en Orientalística y Egiptología que arrancará el próximo año en la Complutense, la egiptología es "la reunión de Historia del Arte, Filología, Historia y Arqueología". "No me da miedo que no exista una carrera de Egiptología como tal. Lo que realmente me da miedo es que no haya buenas bibliotecas. Construir una especialidad sin una base de obras antiguas resulta difícil", apunta este académico curtido en la Universidad de Londres.
A pesar de las reticencias y la falta de incentivos públicos, la fascinación investigadora por el antiguo Egipto está en alza. "En los próximos años, en la Universidad de Jaén tendremos nuevos doctores en egiptología. Es una gran satisfacción ver como dirigen su propio corte de excavación y estudian el material arqueológico de Egipto. Es una señal de que estamos logrando el nivel de otras potencias europeas", presume Jiménez.
Como en otras tantas parcelas, la egiptología termina empujando a sus discípulos al extranjero. "Es un tema delicado, pero la solución es salir fuera", indica Brink, afincado desde algunos meses en Alemania. "Aunque -añade- la egiptología española es la que me ha proporcionado las mejores oportunidades".
Tierra fértil para los clichés de Indiana Jones y la seducción mediática de formidables hallazgos y terribles maldiciones, la disciplina es mucho más. "Tiene una potencia increíble. Queda mucho por descubrir", dice el veinteañero, resuelto a repetir la experiencia.
"Al final, el 90% de nuestro trabajo se hace en una biblioteca o un laboratorio. La excavación es la parte físicamente más dura, pero también la más reconfortante, porque te permite trabajar con el pasado y cobra sentido la teoría. Llegar y tener una conexión directa con lo estudiado es lo más parecido a viajar a bordo de una máquina del tiempo", concluye.

http://www.elmundo.es/f5/campus/2016/04/26/571fb1b7468aebe0128b4639.html

viernes, 22 de abril de 2016

El niño quer descubrió la Tumba de Tuntankhamón



El inglés Howard Carter se llevó todos los honores. Pero quien descubrió en 1922 la tumba del faraón fue un niño a lomos de un burro
Se llamaba Husein, y llevaba agua a los obreros de la excavación cuando encontró un escalón en la arena...
La Historia encumbró a Howard Carter, el arqueólogo británico que, tras siete años peinando el Valle de los Reyes, descubrió en 1922 la tumba intacta de un faraón prácticamente desconocido. El hallazgo de la sepultura de Tutankamón -bautizado como el "faraón niño" por su ascenso al trono a los 12 años y su prematura muerte a los 20- no fue obra del egiptólogo cuya larga y hasta entonces estéril expedición a punto estuvo de colmar la paciencia de su mecenas, Lord Carnarvon. El milagro sucedió el 4 de noviembre, cuando el terrateniente británico barruntaba renunciar a la concesión para excavar una pedregosa hendidura atestada de enterramientos reales. "Fue mi abuelo quien descubrió la tumba de Tutankamón. Llevaba el agua a los miembros de la expedición. El 4 de noviembre de 1922 encontró de manera fortuita el primer escalón", proclama Mohamed Abdel Rasul, que regenta una pequeña taberna a las puertas del Ramesseum, el templo mortuorio del gran Ramsés II.
Con apenas 10 años, el yayo Husein Abdel Rasul se convirtió en el artífice de un hallazgo que revolucionó la Egiptología y reactivó la fascinación que desde los viajeros griegos suscita la tierra de los faraones. Carter -buen amigo de una familia con solera en Luxor- le había contratado como el aguador oficial de la misión. Cada mañana el pequeño Husein enfilaba a lomos de un burro el camino para que arqueólogos extranjeros y obreros locales se refrescaran el gaznate tras horas de suplicio bajo un sol de justicia. A menudo el mozo tenía que realizar dos trayectos el mismo día con tal de aplacar la sed de toda la cuadrilla. El agua llegaba hasta el yacimiento en dos grandes tinajas atadas al esqueleto del borrico. Aquel 4 de noviembre no fue distinto. Su nieto cuenta que Husein alcanzó el lugar a primera hora de la mañana. Antes de liberar de su carga al jumento, escarbó con sus manos en la arena para acomodar el culo ligeramente redondeado de las vasijas de barro. Fue en aquel preciso instante cuando el primer escalón asomó en mitad de la geografía del Valle de los Reyes, en la orilla occidental del actual Luxor.
El feliz incidente -firmado por la maña de Husein, hijo del capataz que dirigía a los peones de la excavación- no aparece, sin embargo, citado en el primer tomo de las memorias en las que Carter narra la tormentosa búsqueda de Tutankamón y su hallazgo agónico, cuando su equipo se preparaba "para abandonar el Valle y probar suerte en otro lugar". "Al llegar al trabajo aquella mañana percibí un silencio inusual. La excavación se había detenido y fui consciente de que algo extraordinario había sucedido. Me recibieron con la noticia de que un escalón cortado en la roca había sido descubierto bajo tierra. Me pareció demasiado bueno para resultar cierto, pero una limpieza superficial bastó para desvelar que estábamos en la entrada a una escalera tallada en la piedra, a unos 13 pies por debajo del acceso a la tumba de Ramsés VI y con una profundidad similar al nivel actual del Valle. El corte era el de unos escalones comunes en el Valle. Estaba casi seguro de que, al fin, habíamos encontrado nuestra tumba", escribió el británico.
Durante aquella jornada y la siguiente, un ejército de obreros se afanó en retirar la tierra dejando expeditos los 16 peldaños que conducían a una puerta bloqueada y decorada con varios sellos, incluido el distintivo de la necrópolis: un chacal que despunta por encima de nueve cautivos atados. Carter aprovechó que una pequeña parte del yeso había cedido para introducir una antorcha eléctrica y arrastrarse por un pasadizo lleno de basura y piedras. Aquella era la tumba KV62. "Me encontré a mí mismo, después de años de labor improductiva, en el umbral de lo que podía ser un fantástico descubrimiento", dijo entonces. "Cualquier cosa podía hallarse más allá del corredor y necesité de autocontrol para evitar derribar la puerta y descubrirlo". Carter mandó cubrir el hallazgo y su custodia le fue encomendada a un destacamento de las fuerzas de seguridad. El 6 de noviembre, el arqueólogo cruzó el Nilo para enviar desde la oficina de correos un telegrama a Lord Carnarvon, quien llegaría a la ciudad a finales de aquel mes.
Lo que vino luego hizo correr ríos de tinta y catapultó a Tutankamón -hijo de Ajenatón, el primer monarca monoteísta de la Historia- al estrellato faraónico. En las entrañas de su tumba diminuta -unos 110 metros cuadrados- habían permanecido intactos más de 5.000 objetos amontonados en la antecámara, la cámara funeraria, la cámara del tesoro y un anexo. "Cosas maravillosas", como musitó el arqueólogo cuando el primer haz de luz acarició las estancias. Husein, el muchacho que abrió la ruta hacia su suntuoso ajuar, recibió pocas atenciones. "Tuvo una vida normal. Era propietario de algunas tierras y siguió trabajando en misiones arqueológicas. Cualquier egiptólogo forastero que llegaba a Luxor venía a visitarle. Se ganó la vida como rais (capataz) de excavaciones. Era bueno dirigiendo a los obreros", comenta Ahmed, el nieto que está empeñado en rescatar del olvido la memoria de su ancestro. El joven ha dedicado los últimos meses a habilitar como museo una sala de su humilde café, un páramo que -como el resto de los alrededores- ha extraviado la imagen de las hordas de turistas que lo hollaban antaño.
"Espero inaugurarlo pronto, aunque no hay turistas que nos visiten", lamenta Ahmed. La localización no acompaña a su intento de que Carter comparta glorias con su abuelo. La estancia, empapelada con la leyenda de Tutankamón, está ubicada a 30 kilómetros del Valle de los Reyes, en una ciudad decrépita a la que hace poco más de un lustro el Gobierno egipcio trasladó a los habitantes de El Qurna, un poblado hoy derruido que fue levantado sobre la necrópolis de la antigua Tebas. En mitad de la tierra baldía se conserva el fotograma que el clan Abdel Rasul ha guardado para reivindicar la paternidad del hallazgo. El retrato, en riguroso blanco y negro, muestra a Husein vestido con galabiya (túnica) y turbante. Sobre el pecho luce un aparatoso collar con un escarabajo y un disco solar flanqueado por cobras que fue hallado en la cámara del tesoro del "faraón niño".
La imagen fue tomada en 1925 por Harry Burton, el arqueólogo y fotógrafo inglés que documentó con 1.400 instantáneas un hallazgo que tardó años en ser rescatado e inventariado. La tez morena de Husein aparece también en algún otro fogonazo durante la ardua tarea de retirada de las alhajas que abrigaron la vida de ultratumba del rey. "Es él. Nació en 1912 y murió en 1996. En la familia guardamos con mimo esas fotografías", admite Mohamed desde la misma tasca que solía frecuentar su abuelo. A veces, cuando los viajeros hacían parada en el negocio, Husein les refería su participación en aquella expedición que reveló un misterio que había permanecido a buen recaudo durante 3.200 años. De paso, además, presumía de retrato. "El señor Carter me permitió llevar el collar. Era un tipo estupendo", declaró ya anciano en una entrevista a Associated Press. "Ni mi padre ni Carter me explicaron entonces lo que se había hallado pero yo entendí que era algo grande porque la policía rodeó la tumba inmediatamente".
Aunque jamás prescribió su poder de seducción, la tumba de Tutankamón vuelve a estar en el candelero. Desde este otoño su interior es auscultado mediante radar con el propósito de comprobar la tesis del experto británico Nicholas Reeves, que defiende la existencia de dos espacios ocultos en las paredes oeste y norte de la tumba; entre ellos, la oquedad donde se ubicaría la cámara funeraria de la esquiva Nefertiti.

Un clan cazatesoros

Hace dos décadas que Husein falleció, pero sus descendientes se han sumado a quienes, sin miedo a resultar temerarios, aventuran sorpresas tan excitantes como la que protagonizaron Carter y compañía. "Algunos dicen que todo esto es una campaña de propaganda, pero yo creo que hay algo. Estoy seguro de que mis abuelos, los faraones, tenían mucho más de lo que hoy conocemos", apunta Mohamed.
La palabra de los Abdel Rasul no resulta baladí. Su nombre ya estaba en los libros de Egiptología antes de la hazaña de Husein. Alrededor de 1871 un miembro del clan recorría con sus cabras la colina de Deir el Bahari cuando cayó en una cavidad que reunía los restos momificados y el equipamiento funerario de más de medio centenar de reyes, reinas y otros representantes de la corte -entre ellos, Ramsés II, Seti I o Tutmosis III-. La familia comenzó a vender esa fortuna hasta que, una década después, la policía dio con el pozo y cazó a los responsables de su expolio. Desde entonces la estirpe de aquellos cazatesoros -unas 3.000 almas en la actualidad, con oficios tan dispares como taxistas, agricultores, guías turísticos o dueños de hoteles- batalla para sacudirse el sambenito. "Dicen que somos unos ladrones. Si lo fuéramos y nos hubiésemos dedicado a vender joyas de los faraones, no quedarían monumentos en Luxor. Todo el mundo está loco por encontrar objetos del antiguo Egipto bajo el suelo de su casa", suelta Ahmed, quien lleva años reclamando un puesto en el ministerio de Antigüedades.
"Nos han vetado. Nadie de la familia trabaja en las excavaciones, cuando siempre hemos ayudado al Gobierno. Emplean a gente que no sabe nada de este trabajo", dice el joven, que menta las conquistas familiares y lanza su oferta. "Estamos a las puertas de un nuevo hallazgo en la tumba de Tutankamón. El Valle de los Reyes y Luxor, en general, están llenos de maravillas escondidas. Si el Gobierno quiere encontrarlas, que nos llame. Nos hemos dedicado a esto toda la vida y tenemos olfato para localizar y rescatar piezas. Si nos contratan, los descubrimientos serán más fáciles y rápidos".

FUENTE
http://www.elmundo.es/cronica/2016/04/17/57122f87ca4741f0148b463d.html

jueves, 21 de abril de 2016

Los 'cazatesoros' andaluces de Egipto


Reportaje fotográfico de Patricia Mora
Un equipo andaluz cava una colina en Asuán a la caza de tesoros egipcios. Pasamos un día en el yacimiento.
La colina de Qubbet el-Hawa es una suerte de montaña mágica. Hace 4.000 años los gobernadores de Elefantina agujerearon sus entrañas en busca del descanso eterno con las mismas ínfulas de los faraones a los que servían. Plantado en la orilla izquierda del Nilo, el montículo esconde una colosal necrópolis que un equipo de arqueólogos españoles destripa con la precisión de un bisturí. «Me ofrecieron la oportunidad de excavar la colina y no me lo pensé: hay cosas que solo pasan una vez en la vida», dice Alejandro Jiménez, doctor en Historia Antigua y jefe de la excavación.
Es primera hora de la mañana. El sol no concede tregua a los investigadores y la cuadrilla de obreros que se despliegan por el yacimiento, situado frente a los barrios del norte de Asuán, 900 kilómetros al sur de El Cairo. La aventura -abanderada por la Universidad de Jaén- nació en 2008 en la tumba QH33, en cuya oquedad aún continúan hoy parte de los trabajos. «Es un enterramiento que no deja de sorprendernos», relata el mudir (director) mientras deambula por el monumento de ennegrecidas paredes. «Su autor se adelantó varios siglos a los arquitectos griegos clásicos. Está tallado milimétricamente en la roca. Se construyó hace 3.800 años pero fue reocupado posteriormente. A finales del siglo VI a.C. los saqueadores quemaron las momias del interior».
En su todavía incierta geografía fueron enterrados los gobernadores de Elefantina Heqaib III y su hermano y sucesor, Ameny-Seneb (1810 -1790 a.C.). La búsqueda del cuerpo de Ameny-Seneb desvela a Jiménez. Sueña con hallarlo al final del pozo norte, un hoyo de 12 metros de profundidad horadado en la piedra al que los restauradores bajan atados y protegidos con casco como si se tratara del «descenso de una escalada».
Durante las últimas campañas, la retirada de la arena ha ido desvelando sus secretos. Y, avanzada la mañana, el equipo rescata de la fosa las momias de Psamético -envuelta en kilos de vendaje y resinas- y Nesepaper, hecho trizas. «Los ataúdes son más frágiles que un hojaldre: se desmoronan con solo tocarlos», comenta Jiménez al borde del precipicio. «Cruzo los dedos para que la cámara funeraria del gobernador Ameny-Seneb salga intacta. Solo nos quedan entre tres o cuatro metros de arena y sospechamos que hay sepultadas al menos tres personas, dos mujeres y el gobernador».
La tumba, una de las 60 que salpican el promontorio, es un filón para estos egiptólogos. «Alrededor de 300 personas llegaron a ser enterradas aquí. Hemos tenido una suerte increíble porque hemos localizado hasta cuatro cámaras intactas. Y eso es muy raro», insiste Jiménez.
Extramuros, la jornada de excavación avanza sin sobresaltos. Un trajín de espuertas y carretillas cargadas de arena va abriendo paso al tiempo y sus misterios. En la zona norte de la excavación, el antropólogo forense Miguel Botella escudriña la osamenta de una tumba recién descubierta. «Es el esqueleto de una mujer de más de 50 años. Por estas marcas sabemos que había parido», expone Botella, quien durante siete campañas ha reunido testimonio óseo de una existencia menos potentada de lo que suscitan el recuerdo de los faraones . Así, ha desenterrado una larga retahíla de patologías que incluyen enfermedades infecciosas como la fiebre de Malta, tumores, artrosis o anquilosis de miembros.
En la parcela contigua, Eva Montes capitanea a los obreros que descubren un pavimento de adobes mientras aguarda la misión que más le apasiona: examinar las semillas del antiguo Egipto que han conquistado la eternidad. «Es un clima tan seco que se conservan tal cual. Han aparecido cereales, leguminosas, trigonella y hasta pepitas de uva. Nos sirven para reconstruir la agricultura de la época», detalla la carpóloga.
Una de las tareas más laboriosas es la que, en la sala de columnas de la tumba QH33, desarrolla Teresa López-Obregón. Por sus manos pasan los objetos que precisan de inmediatos cuidados intensivos. «Hay ataúdes y piezas de madera totalmente huecos. Las termitas se lo comen todo salvo las zonas pintadas que contienen arsénico», apunta la restauradora. Una vez salvadas, estas pequeñas joyas alcanzan el escritorio anejo donde el egiptólogo sevillano Antonio Morales descifra sus jeroglíficos. «Los textos pueden proporcionar el nombre del difunto y su procedencia, además de sus preferencias religiosas o sus creencias en el inframundo», señala el epigrafista, encargado además de recomponer los ataúdes o las cajas de ajuar funerario a partir de decenas de pequeñas porciones.
El reloj está a punto de marcar las dos de la tarde y la faena llega a su fin. A unos metros de la QH33, Vicente Barba recoge los bártulos sin perder de vista la pila de restos de cerámica copta arrojada durante los siglos VI y VII d.C. desde un monasterio cercano. «Este yacimiento es una pequeña Pompeya», susurra. «Todo ha quedado fosilizado, detenido en el tiempo».





FUENTE: http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/04/20/57176a7722601dbd1c8b4623.html

miércoles, 20 de abril de 2016

ESTELA DE ELEFANTINA

La Misión del Instituto Suizo de Arqueología en El Cairo ha descubierto recientemente en la isla de Elefantina una estela. ¿Qué os parece si la traducimos? Tenéis conocimientos suficientes. Éste es el reto de la semana.